Érase una vez, en Ítaca


Estoy con Luque Escalona, yo me eduque en está época. Menos mal. MB
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Escrito por Roberto Luque Escalona    Martes, 08 de Agosto de 2017 14:02  /Libre

Será porque fui uno de ellos, porque, como le ha demostrado Donald Trump a los super-magnates, no hay peor astilla que la del mismo palo, pero lo cierto es que detesto a los estudiantes revoltosos, a los muchachos cuyo cerebro aún no ha terminado de desarrollarse, que nunca han trabajado y casi siempre son mantenidos por sus padres y que, sin embargo, pretenden dictarle pautas a la sociedad.

Yo no era como los de ahora. Nosotros no éramos como los de ahora. No rompíamos vidrieras ni parabrisas. Los policías a los que nos enfrentábamos no usaban escudos de plástico porque ninguno de nosotros les lanzaba piedras. Sólo gritábamos consignas, los insultábamos y corríamos  con ellos detrás. Los de ahora hieren, queman y destruyen. Son vándalos.

A fines de los años 60’ y principios de los 70’, aquí, in the Land of the Free and the Home of the Braves, los estudiantes, siguiéndole la rima a intelectuales y artistas, se empeñaron en que los comunistas ganaran la Guerra en Vietnam. La ganaron, lo cual llevó a la muerte a por lo menos dos millones de personas en ese país y en Camboya.
En su frenesí pacifista, extrañamente mezclado con la violencia, los estudiantes llegaron a incendiar edificios universitarios. Hasta que la Guardia Nacional mató a cuatro de ellos en Kent, Ohio. Pobres muchachos, ¿verdad? Los Mártires de Kent. Muertos en plena juventud. En cuanto a los dos o tres millones de vietnamitas y camboyanos masacrados cuando las tropas americanas se retiraron… Bueno, esos chinos que se jodan.

¿Ítaca? No, no se trata de la isla de la que era rey Ulises-Odiseo, el de Homero, sino de una pequeña ciudad en el norte del estado de New York donde está la muy prestigiosa Universidad de Cornell. Ya saben, Ivy League y todo eso.

A principios de 1993, un grupo de jóvenes Cubanamericans estudiantes de Cornell estaba sien-  do acosado por profesores izquierdistas admiradores de Fidel Castro y su  Robolución. Entonces se les ocurrió traer desde el Far West a un exiliado recién llegado de la Isla que tenía fama de belicoso para que se enfrentara a los académicos acosadores y les pisara la cabeza. Ese era yo.

Me localizaron en Sam Houston State University, donde era lecturer, o sea, profesor auxiliar; reunieron dinero y me pagaron el largo viaje, con escala en Newark, New Jersey, seguida por un vuelo en un bimotor de hélice hasta Ítaca, el cual no me hizo ninguna gracia, que yo detesto los aviones y cuanto más pequeños, peor.

Mi conferencia sobre los desmadres castristas fue en uno de los anfiteatros de la universidad, con buena afluencia de público; sin embargo, fue un fracaso, pues el objetivo, el que yo vapuleara a los profesores izquierdistas, no fue posible: ni uno sólo se presentó, a pesar de las amables invitaciones de los jóvenes cubanos.

Si los hechos hubiesen ocurrido en los tiempos que corren, los muchachos se hubieran ahorrado el dinero que les costó mi viaje. Ni siquiera se les hubiera ocurrido llevarme allí. No los profesores izquierdistas, sino la turba estudiantil no me hubiese permitido hablar, tal como ha hecho con personas de mayor renombre, como la periodista Ann Coulter.

Antros de intolerancia y totalitarismo: en eso se han convertido la gran mayoría de las universidades americanas.

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